La docencia es un pensamiento sublime del alma, donde se sueña y surge en un instante del sueño. ¿Somos Quijotes lidiando contra molinos de viento? ¿Somos generales que enarbolan la bandera blanca rindiéndose ante la superioridad del enemigo?, Me parece que ni una cosa, ni la otra. Entonces ¿qué somos? Somos brasa encendida que emerge para cobijar con el conocimiento cada una de las mentes de estudiante, nexo del presente con un futuro esperanzador y con las raíces del pasado; somos la fuerza que mueve y provoca una opinión o una sonrisa, un sueño o una historia, el cariño que motiva y la palabra que descubre cultura con un juego o un relato de ensueño. Ser Docente, es ser un estilista de almas, un embellecedor de vidas; tiene una irrenunciable misión de partero del espíritu y de la personalidad. Es alguien que entiende y asume trascendencia de su misión, consciente de que no se agota de impartir conocimientos o propiciar el desarrollo de habilidades y destrezas, sino que se dirige a formar personas, a enseñar a vivir con autenticidad, sentido y proyectos, con valores definidos, con realidades, incógnitas y esperanzas.
Desde mi niñez estuve rodeada del impulso de rodearme de juegos y aventuras de contar a mis hermanos bellas historias y cautivar su atención. Los impulsos y los sueños siempre me llevaron a jugar con los gises y a diseñar mis clases entre risas y suspiros por algún día entrar a la realidad de un salón de clases, ver sonrisas que no fueran de mis primos o de mi hermana la menor. Cuando salí de la escuela secundaria mi anhelo fue entrar a la Normal de Educadoras mi pasión era suficiente para aspirar a ello, ese era mi sueño, mi batalla de molinos. Las condiciones económicas de la casa no alcanzaban para ello, y confieso que el único camino para seguir estudiando fue la Preparatoria, al concluirla opte por estudiar Letras Latinoamericanas, pero en mi corazón latía inquietante el sueño por realizar. En la familia somos diez integrantes, ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres, papá Amador y Mamá Lupita. Mi padre es el único que trabajaba, para mí un gran y honesto obrero que con entusiasmo dio una carrera a cada uno de nosotros, mi madre amorosa ama de casa de quien tengo la herencia del amor por la lectura. Cuando estudiaba el séptimo semestre se dio la oportunidad de dar clases en dos escuelas particulares, la idea me encanto y de inmediato corregí mi horario de clase para asistir por la mañana a dar clases de Lectura y Redacción y Literatura, por las tardes cubrir mis materias, aunque salía tarde fue un gran honor porque al fin mi sueño se cumplía.
Llegue a la escuela preparatoria para pedir el programa de cada materia y de inmediato diseñe cada una de las clases, busque técnicas grupales de acuerdo a cada uno de los temas. Al llegar el primer día a mí, porque en esa hora sólo iba a ser mío, salón de clases y tuve un extraño miedo de ver a adolescentes inquietos, con la mirada de extrañeza y a la vez de interrogantes académicas. Por primera ocasión sentí miedo, no era lo mismo estar frente a mis primos que a un mundo de intereses e ideologías. Tome un respiro de aire llamado, en ese momento, de ánimo, de deseo de hacerlo bien porque ahora ya no era la imaginación infantil. Me presente ante el grupo y por un instante creí perder el control con el bombardeo de preguntas y el baño de miradas, pero inicie contando una historia y el silencio emergió de repente para escucharme, esa primera clase nunca pronuncie ni el programa, ni la evaluación el impacto fue demasiado. Salí de la escuela con los pies de trapito, como mi abuela diría cuando literalmente nos morimos de miedo. Por fin mi sueño de niña se había concretado, no con niños de preescolar sino con jovencitos preparatorianos. Sé que cometí errores, sé que no tenía las herramientas didácticas y pedagógicas para estar frente a un grupo, pero me sentía realizada con el sólo hecho de ser YA MAESTRA.
Al salir de la licenciatura ya tenía trabajo como docente en un CBT, al obtener mi nombramiento como docente en escuela pública deje las clases de la particular e inicie de inmediato a dar clases de Métodos de Investigación a dos grupos de alumnos de la carrera en Técnico en Máquinas de Combustión Interna, estudie los temas y le pregunte a la persona más importante de la familia mi hermana Mercedes, la mayor, que logro ser maestra y estudió la Normal a nivel primaria, de ella integraría muchas páginas por su gran impulso y la infinita admiración que le tenía desde niña, a sus 16 años egresó para integrarse como profesora de primaria. Veía como elaboraba su material, le ayudaba a realizar sus rotafolios, los letreros con las oraciones, las imágenes para cada época y sobre todo la veía como daba clases y lo mucho que la querían sus alumnos. Eso es el mejor aporte. Ella me apoyo en diseñar cada una de mis clases. A realizar el material didáctico y a soñar con la inquietud de siempre llegar al salón de clases con un sonrisa.
Entre la docencia y mi profesión existe una gran relación, posteriormente logre estudiar una maestría en Ciencias de la Educación, ahí es donde me percate de todos los elementos y herramientas de las que carecía para desarrollar una clase, los errores que cometemos con los alumnos y cambie muchas posturas, como la de dejar de ser una maestra tradicional y hacer atractiva mi clase. La literatura nunca la deje porque es el apoyo y arma base para cada clase, es mi pasión iniciar o terminar la sesión con una breve historia, que como en Las mil y una noches la dejo en continuación para que al día siguiente el interés siga. Soy una maestra orgullosa de ser universitaria porque me dio inmejorables experiencias pero también estoy feliz de tener, hoy, las bases pedagógicas y didácticas para ser toda una docente. Y pedir más tiempo a la vida para seguir estudiando e innovando mi quehacer docente. Soy una maestra que confronto cada día la docencia con la esperanza y el compromiso de ser mejor. Ser docente es dotarse de una varita de realidades y convertirlas en historias, en aprendizajes significativos. Hacer que los alumnos recorran caminos de imaginación, visitar estrellas de fantasía, hablar con personajes literarios y depositar en el pecho de la luna la expectación de un cordial “hasta mañana alumnos”. Ser Docente, es más que inculcar respuestas e imponer repeticiones, conceptos, formulas y datos, es orientar a los alumnos a la creación y el descubrimiento, que surgen de interrogar la realidad de cada día y de interrogarse permanentemente. Es formar individuos críticos, libres, democráticos, innovadores, trabajadores, analíticos y con sentimientos nobles y justos por los demás. Por ello la docencia es lo mejor que elegí desde la niñez y si mi sueño hoy es realidad debo procurar por ser la mejor.